Te siento rodeándome con tus inagotables brazos, dorados y limpios. Te siento recorrerme de punta a punta. Hoy no hay parte de mí que no sepa que estás aquí conmigo. Siempre lo has estado pero yo no siempre lo he sabido. Te preocupaste mucho porque creciera sana y fuerte, porque encontrara palabras de aliento y consuelo cuando las necesitaba. Siempre sentí que tu casa era mi hogar, desde muy pequeña. A veces incluso notaba como tu enorme mano acariciaba mi cabeza, delicado y tierno. Por eso nunca me creí que fueras ni siquiera un poco oscuro. Jamás. Eres tierno y bondadoso. No podía ser de otra manera porque eres mi padre. Ha llegado el momento de que utilice todo lo que me has dado sin reservarme nada. Ahora soy fuerte y estoy dispuesta. Sé que estarás ahí cuando me flaqueen las piernas. Permíteme ser plenamente consciente de tu presencia hasta en los
momentos más negros, porque sé que los habrá, pero no me importa, no quiero tener más miedo de ser quién soy: una de tus hijas. Perdómane por todas las ocasiones que aún me sentiré indigna de ser luz aunque no hay otra cosa que desee más en este mundo. Por eso, quiero regalarte mi entusiasmo, mi energía y mis ganas de vivir. Acéptalos, son tuyos. Como el resto de mi ser.
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