viernes, 29 de junio de 2012

Volando a Buenos Aires

Me envuelve la música como una estola de pelo negro. Me abriga el cuello, los hombros desnudos, los inquietos pies. Cierro los ojos mientras paladeo las notas dulzonas que juegan curiosas sobre mi lengua y descienden hacia mi vientre como un aliento de hogar. Estoy sentada, como de costumbre, en la barra, tamborileando suavemente el ébano mientras sujeto una copa. Hoy el color es rojo fuego. Contrasta con el vestido negro que he elegido para esta noche. Medias oscuras, zapatos negros, flor negra sobre pelo negro. Labios rojos, por supuesto. Sigo saboreando el ambiente, la madera cálida. Es mi sangre vino caliente con especias. Una mano grande, segura acaricia la piel de mi espalda. "Éste maravilloso tango se merece una gran celebración". Su acento argentino me hace sentir como si me acariciase con mil manos. Me dirige con suave decisión hacia un lugar despejado y aprieta apenas mi cuerpo contra el suyo. Titubeo en los primeros pasos pero pronto somos uno. Latimos al mismo compás, con el mismo susurro. Soy una extensión de sus piernas, de sus brazos. Se posan sus manos como amables palomas sobre mi cintura mientras me gira y sostengo profunda su mirada al volver. Se acerca más y puedo sentir su nariz acariciando mi cuello. "Eres preciosa" me susurra "tu piel blanca y suave, tus ojos penetrantes y oscuros. Quiero hacerte mía en esta eterna noche" "Soy tuya desde la primera vez que cruzaste la puerta" "Entonces ven a mí". Me sujeta con firmeza por la cintura mientras cae mi torso hacia atrás, me acaricia lentamente desde el cuello hasta el vientre y al regreso me encuentro sus labios jugosos como fruta fresca, forrados de terciopelo blanco. Se abre paso con su lengua hasta mi más profundo deseo. No puedo pensar... Me despierta la madrugada. Él está en mi espalda. Se funden nuestros cuerpos de una forma tan natural qué me antoja absurda. Siento que no quiero que deje de abrazarme nunca. Pero la realidad es inevitable, me da un beso y un abrazo cruzando así la puerta que sale de mi vida. La cierro muy despacio, temiendo el portazo, y vuelvo a una habitación que me parece enorme. Recorro la estancia con la mirada un poco perdida, es por eso que tardo en darme cuenta. Me ha dejado, sobre la mesilla de noche, un pequeño trozo de su vida.